"Aunque cierre los ojos nunca lo olvidare"

El camino más corto no es el que elegimos con valor, el camino más largo es el que se fijaron los eternos labios que hablaban de la libertad efímera que les esperaba, cada decisión era el motivo para que se detonaran los cañones de odio hacia la corona y su poderoso rey.

Aunque se juntaran cientos de manos en secreto, el futuro se seguía viendo incierto, la suerte estaba aliada con la muerte y la vida se despedía orgullosa aquel fatídico día.

Varios fueron los acontecimientos para que se suscitaran los hechos delatadores del 2 de agosto de 1810, limitándonos solo a esta fatídica fecha que aún se encuentra muy poco esclarecida. 

Sigilosamente un grupo de conspiradores habían esperado llegue la hora indicada para liberar a los presos, todo estaba planeado, las campanas habían sonado y el primer ataque se suscitó, el plan marchaba según lo esperado, pero una descoordinación de tiempos provoco que todo se viniera abajo.

Las fuerzas enemigas en lugar de minorar se agrupaban para matar a los conspiradores, es que nada había salido como se había pensado, fue talvez necesaria una ayuda más que divina que jamás llegaría, pues la vida se volvía más lejana y difícil de verla seguir en su cauce natural.

Aquel cuartel se veía lleno de guardias y totalmente cerrado, se habían dispuesto las ejecuciones de varios encarcelados para que apreciaran que no había solución que les librara de la muerte a sangre fría.

Uno a uno caían los próceres, aquellos sables intimidantes se dispusieron a arrancarles su vida de raíz, Quiroga murió a los pies de sus hijas, las mismas que suplicaron por la vida de su padre, Salinas, luego Morales, Arenas, Rocafuerte, todos dejaron su alma en aquel momento tan desesperado de libertad.

Cuentan que algunos corrieron con suerte y se salvaron, que huyeron que se escaparon que fingieron estar muertos y alcanzaron a correr sin mirar atrás.

Lo cierto es que aquella tarde murió en manos de la corona la indefensa libertad de un pueblo que clamo por sus sueños y ambiciones, que se escaparon al nunca jamás.

Pero la muerte no se quedó encerrada en las paredes de los cuarteles, se dice que por orden real los guardias salieron y al pueblo de Quito a bala lo sometieron, una persecución que se llevó la mayoría de anhelos.

Han pasado los años y los acontecimientos siguen siendo perturbadores, aun cuando duermo y cierro los ojos nunca lo olvidare.

Quizá a mí no me llegaron los disparos, pero las heridas siguen vivas en mis manos y aunque pasen más y más los años, “nunca dejare de recordarlo”

Relato por Daniel Villacís









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